domingo, 25 de septiembre de 2016

¿SE APRENDE MÁS DE LA DERROTA QUE DE LA VICTORIA?

Con la resaca aún reciente de los Juegos Olímpicos de Río y en pleno arranque de las competiciones deportivas que nos acompañarán hasta el próximo verano, resuena en nuestros oídos uno de los grandes tópicos del mundo del deporte de ayer, de hoy y de siempre. Y vaya por delante una aclaración: “tópico” no significa “falso”; significa que se repite hasta la saciedad. En muchos casos se trata de afirmaciones ciertas, pero en otros se dan por buenas sin que lo sean en realidad.

La propuesta de esta entrada, como indica el título, es reflexionar sobre uno de los más utilizados. ¿Cuántas veces hemos oído esto de que se aprende más del fracaso que del éxito? ¿Qué hay de cierto en ello?

Señalaremos tres aspectos básicos para el aprendizaje:

1- Aspectos neurobiológicos: con el hipocampo como gran protagonista, ya que es la estructura que da sentido a nuestras experiencias. Forma parte del sistema límbico, dentro del llamado “cerebro emocional”, e interviene en procesos tan importantes como la memoria y el propio aprendizaje, siempre en estrecha relación con nuestras emociones; por eso aprendemos mejor aquello que nos emociona. A partir de los 3 años esta área de nuestro cerebro madura lo suficiente como para empezar a almacenar recuerdos a largo plazo.

2- Aspectos psicológicos: capacidades como el autocontrol, la reflexión, la tolerancia a la frustración o al éxito, la toma de decisiones… se ven potenciadas por el desarrollo madurativo natural de nuestro cerebro. Pero haríamos mal en dejarlo todo en manos de dicho desarrollo; son capacidades que se pueden (y se deben) trabajar y que, sin duda, contribuyen decisivamente a que nuestros aprendizajes sean sólidos y a que nuestro cerebro madure a un ritmo óptimo.

3- Aspectos actitudinales/valores: humildad, receptividad, autodisciplina, competitividad, constancia, compromiso, perseverancia, autosuperación, resiliencia… por señalar sólo algunos de los que facilitan nuestros aprendizajes. Los valores son ideales deseables compartidos por la sociedad como aceptables, y nos proporcionan un marco de referencia que guía nuestras actuaciones, que nos hacen mejores.

Por tanto, una vez el cerebro es suficientemente maduro, aprendemos especialmente en situaciones cargadas de emociones, en base a capacidades de nuestra mente y guiados por unos ideales que aceptamos como buenos. ¿Acaso no están presentes estos tres aspectos tanto después de una victoria como de una derrota? 

Sin duda, sí. Sin embargo, no siempre hay espacio para poner el foco en ellos. Ni en el deporte de élite ni, por desgracia, en el de formación. Vivimos en un mundo marcado por la inmediatez, por el titular sensacionalista, donde todo pasa muy rápido y apenas hay tiempo para el análisis. La exigencia inmediata de una nueva competición minimiza el efecto de las emociones que acompañan a éxitos y a decepciones, esfumándose así su influencia sobre el aprendizaje; sin tiempo para sentir no hay espacio para aprender. Y de nuevo, esta dinámica vertiginosa está presente tras la victoria y tras la derrota.

Hay que entrenar a nuestros jóvenes deportistas desde la base para que gestionen la frustración, dejando espacio para que conecten con ella y puedan manejarla, ya que tras esa primera sensación de irritación suele venir un estado más melancólico que facilita la reflexión. No es positivo transmitir la idea de que cuantas menos vueltas se le dé a una derrota, mejor. Meditar sobre las decepciones (sin caer en la obsesión) será un buen combustible para la motivación futura. Tendrá el efecto de la buena madera: arderá despacio y con intensidad. En cambio, si miramos a otro lado para no afrontar los sentimientos negativos, esos troncos arderán rápido, sin dejar brasas. 

Y lo mismo ocurre con los triunfos: para lograrlos hay que hacer las cosas muy bien, tener buenos hábitos, calidad, intensidad, motivación, valores y también muchas circunstancias del juego que han estado a favor. Es necesario analizar qué hemos hecho para que las cosas hayan fluido en nuestro beneficio; la casualidad no suele llevar a las victorias. Ahí está nuestra fortaleza, nuestro método de trabajo, que no nos asegura el triunfo el 100% de las veces, pero sí aumenta nuestras posibilidades de éxito. Sin caer en la autocomplacencia, es muy interesante aplicar la idea que propone el escritor Kurt Vonnegut: cuando seas feliz, presta atención.

Conclusión: en ambos casos es necesario tiempo, paciencia, orientación y dejar que las experiencias dejen el poso que les corresponde. Y con esos ingredientes, tanto en la victoria como en la derrota el aprendizaje será posible. Por tanto, ¿damos por bueno este tópico o podemos ponerlo en cuestión? Nosotros nos inclinamos por lo segundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario