Con
la resaca aún reciente de los Juegos Olímpicos de Río y en pleno arranque de
las competiciones deportivas que nos acompañarán hasta el próximo verano,
resuena en nuestros oídos uno de los grandes tópicos del mundo del deporte de
ayer, de hoy y de siempre. Y vaya por delante una aclaración: “tópico” no
significa “falso”; significa que se repite hasta la saciedad. En muchos casos
se trata de afirmaciones ciertas, pero en otros se dan por buenas sin que lo
sean en realidad.
La
propuesta de esta entrada, como indica el título, es reflexionar sobre uno de
los más utilizados. ¿Cuántas veces hemos oído esto de que se aprende más del
fracaso que del éxito? ¿Qué hay de cierto en ello?
Señalaremos
tres aspectos básicos para el aprendizaje:
1- Aspectos neurobiológicos:
con el hipocampo como gran protagonista, ya que es la estructura que da sentido
a nuestras experiencias. Forma parte del sistema límbico, dentro del llamado
“cerebro emocional”, e interviene en procesos tan importantes como la memoria y
el propio aprendizaje, siempre en estrecha relación con nuestras emociones; por
eso aprendemos mejor aquello que nos emociona. A partir de los 3 años esta área
de nuestro cerebro madura lo suficiente como para empezar a almacenar recuerdos
a largo plazo.
2- Aspectos psicológicos:
capacidades como el autocontrol, la reflexión, la tolerancia a la frustración o
al éxito, la toma de decisiones… se ven potenciadas por el desarrollo
madurativo natural de nuestro cerebro. Pero haríamos mal en dejarlo todo en
manos de dicho desarrollo; son capacidades que se pueden (y se deben) trabajar
y que, sin duda, contribuyen decisivamente a que nuestros aprendizajes sean
sólidos y a que nuestro cerebro madure a un ritmo óptimo.
3-
Aspectos actitudinales/valores: humildad, receptividad,
autodisciplina, competitividad, constancia, compromiso, perseverancia,
autosuperación, resiliencia… por señalar sólo algunos de los que facilitan nuestros
aprendizajes. Los valores son ideales deseables compartidos por la sociedad
como aceptables, y nos proporcionan un marco de referencia que guía nuestras
actuaciones, que nos hacen mejores.
Por tanto, una vez el cerebro
es suficientemente maduro, aprendemos especialmente en situaciones cargadas de
emociones, en base a capacidades de nuestra mente y guiados por unos ideales
que aceptamos como buenos. ¿Acaso no están presentes estos tres aspectos tanto después
de una victoria como de una derrota?
Sin duda, sí. Sin embargo, no
siempre hay espacio para poner el foco en ellos. Ni en el deporte de élite ni,
por desgracia, en el de formación. Vivimos en un mundo marcado por la
inmediatez, por el titular sensacionalista, donde todo pasa muy rápido y apenas
hay tiempo para el análisis. La exigencia inmediata de una nueva competición
minimiza el efecto de las emociones que acompañan a éxitos y a decepciones,
esfumándose así su influencia sobre el aprendizaje; sin tiempo para sentir no
hay espacio para aprender. Y de nuevo, esta dinámica vertiginosa está presente
tras la victoria y tras la derrota.
Hay que entrenar a nuestros
jóvenes deportistas desde la base para que gestionen la frustración, dejando
espacio para que conecten con ella y puedan manejarla, ya que tras esa primera
sensación de irritación suele venir un estado más melancólico que facilita la
reflexión. No es positivo transmitir la idea de que cuantas menos vueltas se le
dé a una derrota, mejor. Meditar sobre las decepciones (sin caer en la
obsesión) será un buen combustible para la motivación futura. Tendrá el efecto
de la buena madera: arderá despacio y con intensidad. En cambio, si miramos a
otro lado para no afrontar los sentimientos negativos, esos troncos arderán
rápido, sin dejar brasas.
Y lo mismo ocurre con los
triunfos: para lograrlos hay que hacer las cosas muy bien, tener buenos
hábitos, calidad, intensidad, motivación, valores y también muchas
circunstancias del juego que han estado a favor. Es necesario analizar qué
hemos hecho para que las cosas hayan fluido en nuestro beneficio; la casualidad
no suele llevar a las victorias. Ahí está nuestra fortaleza, nuestro método de
trabajo, que no nos asegura el triunfo el 100% de las veces, pero sí aumenta
nuestras posibilidades de éxito. Sin caer en la autocomplacencia, es muy
interesante aplicar la idea que propone el escritor Kurt Vonnegut: cuando seas
feliz, presta atención.
Conclusión: en
ambos casos es necesario tiempo, paciencia, orientación y dejar que las
experiencias dejen el poso que les corresponde. Y con esos ingredientes, tanto
en la victoria como en la derrota el aprendizaje será posible. Por tanto,
¿damos por bueno este tópico o podemos ponerlo en cuestión? Nosotros nos
inclinamos por lo segundo.