miércoles, 16 de marzo de 2016

¿EL HALAGO DEBILITA?

¿Cuántas veces hemos oído frases como “El halago debilita” o “Los abracitos y los besitos no valen para nada. Lo que importa es lo que pasa dentro del campo”… Si estamos un poco al tanto del mundo del deporte, probablemente muchas. Pero, ¿qué tienen de ciertas estas expresiones?

Hablemos brevemente del cerebro. Sabemos que uno de los principales elementos que facilitan el aprendizaje humano es el refuerzo positivo; es decir, si yo recibo una recompensa por hacer algo, se incrementa la probabilidad de que llevemos a cabo esa acción en el futuro. Desde ese punto de vista, y teniendo en cuenta que el halago funciona como un reforzador, no sólo no debilita, sino que potencia nuestras actuaciones.

Hay muchos elementos que pueden resultar reforzantes para una persona: de tipo material (conseguir algo concreto como puede ser un premio, un regalo, dinero, etc.), los que nos llevan a hacer una actividad de nuestro agrado a modo de “celebración” (actividades placenteras como pueden ser realizar un viaje o acudir a un concierto) o los refuerzos sociales (expresiones tipo sonrisas, abrazos, besos o chocar las manos; reconocimiento individual o grupal; expresiones de satisfacción).

El refuerzo social que recibimos cuando realizamos una acción positiva resulta muy estimulante a corto, medio y largo plazo. El cerebro en estas situaciones responde generando placer, y esa respuesta cerebral ayuda a que aprendamos mejor aquello que nos ha llevado a conseguir el refuerzo. Esto ocurre, por ejemplo, cuando estamos practicando deporte y alguien elogia nuestro esfuerzo, nuestra actuación o nos anima a seguir adelante. Todo ello nos resulta placentero, y el cerebro así lo registra.

Muy en relación con este mecanismo cerebral está la motivación de logro, que es el deseo o necesidad de realizar las cosas del mejor modo posible para obtener satisfacción. Es decir, es el tipo de motivación que nos impulsa a hacer las cosas bien por el hecho de hacerlas bien, nada más (y nada menos) y resulta muy potente como motor de nuestras acciones. Tal y como señala David McClelland, el medio ambiente en el que se desenvuelve el sujeto proporciona las bases que permiten (o no) el nacimiento, desarrollo y mantenimiento de dicha motivación.

El logro (un éxito) tiene una consecuencia inmediata: el orgullo, que se puede definir como un sentimiento de satisfacción hacia algo que para nosotros resulta meritorio. Hay pocas sensaciones tan agradables como recibir un reconocimiento por haber hecho algo “bien”. Por eso es tan importante hacer reconocimientos explícitos a los logros de nuestros deportistas, ya seamos padres, madres o entrenadores. Aquí hay que señalar que cuando practicamos deporte hacer algo “bien” no es sólo meter un gol, una canasta o ganar un partido, sino también pulir en el día a día mi técnica de carrera, mejorar un gesto técnico que me acabará llevando a meter canastas, acudir a todos los entrenamientos, ser solidario con los compañeros y respetuoso con el entrenador, respetar las normas, etc. Es decir, para valorar que algo está “bien” no hay que fijarse sólo en la meta (ganar el partido) sino sobre todo en el proceso (qué cosas voy haciendo en el día a día para acabar ganando el partido).

Volviendo al orgullo, se trata de una emoción con mala fama, tal vez injustificada, ya que cuando pensamos en ella normalmente la enfocamos desde la vanidad o la arrogancia; de hecho, estos son los términos que utiliza la Real Academia de la Lengua para definirla. Esta connotación nos lleva con facilidad a un círculo vicioso: hay que evitar el exceso de orgullo. ¿Cómo? Minimizando el reconocimiento de los logros porque si reforzamos en exceso, el orgullo se convierte en vanidad, ésta nos lleva a la autocomplacencia y a la relajación y la conclusión entonces es clara: “el halago debilita”.

Por tanto, trampa número 1: inundar de halagos sin medida a nuestros deportistas. Esta estrategia suele dar lugar a niños y niñas narcisistas, con una autoestima deportiva “inflada” y una imagen de sí mismos distorsionada, que no valoran el esfuerzo como medio para conseguir metas y que, a base de sólo recibir elogios, acaban por no tolerar las críticas o las sugerencias de mejora. Hablamos de deportistas “poco entrenables” en un futuro y en muchos casos con dificultades para adaptarse al funcionamiento de un equipo o para reconocer a sus entrenadores como figuras de autoridad. 

Pero ¡ojo!, porque a veces para no caer en la primera trampa caemos en la trampa número 2: mejor no premiarles cuando hacen las cosas bien y señalarles constantemente lo que han hecho mal “para que no se relajen”, “para que no se lo crean demasiado” o “porque en la vida se van a llevar muchos palos y es mejor que se vayan acostumbrando”. Esto suele dar lugar a niños y niñas desconectados de sus cualidades, con dificultades para reconocer sus logros y que ponen el mérito de lo que hacen en factores externos (la suerte, lo malo que era el rival, “es que he tenido un buen día”). Niños y niñas que, a su vez, tienden a cargar con la responsabilidad de lo que sale mal, a estar muy pendientes de lo que tienen que mejorar y a no fijarse en lo que ya funciona. Niños, en definitiva, que no disfrutan de sus procesos, de lo que aprenden cuando practican un deporte, sino sólo del resultado final, y a veces ni siquiera de eso.

En resumen, el funcionamiento psicológico humano nos dice que estas estrategias no son eficaces a largo plazo. Y no lo son porque (volvemos al principio) el cerebro aprende más y mejor cuando recibe refuerzos. ¿Con eso basta? No; especialmente cuando tratamos con niños y niñas en deporte base, hay que enseñarles también a gestionar esos reconocimientos, a que no se conviertan en trampas que les atrapen en la vanidad y la autocomplacencia. Recibir elogios por aquello que hacemos bien no implica abandonar el esfuerzo y el trabajo diario. Pero con una autoestima bien fortalecida, dicho esfuerzo es mucho más estimulante, eficaz y divertido.

Conclusión: el (mal) halago debilita, la ausencia de halago nos aísla y el halago bien gestionado es el mejor camino para el éxito. 


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